María Elena Yrizar Arias
Casi todas las personas nos enfocamos en tener cierta entrega solemne para recordar, honrar y festejar a nuestros santos difuntos. Los días de muertos nos hacen evocar las almas de nuestros amados familiares, recordamos a nuestros padres o hijos que se han adelantado en el camino de la existencia. Así, cada quien tiene su manera de festejarlos, como un reflejo de su propia cultura. Algunos hicieron sus respectivos altares con las ofrendas a sus seres queridos, dándole así un giro a nuestras vidas cotidianas de las dificultades que nos vemos obligados a enfrentar cada día, pero en los días de los santos difuntos se hace un alto a nuestras labores diarias y nos concentramos en el anhelo de acercarnos a los difuntos y reconocerlos, ya que no tenemos una verdad absoluta entre la vida y la muerte, pero lo que sí tenemos es ese conocimiento de nuestros ancestros que llevamos incrustado en nuestra memoria y pensamientos, nos ayudan a vivir y enfrentar los desafíos de la vida, es la filosofía que se ubica en el corazón de los hombres y mujeres y que forma parte de esos múltiples consejos y ejemplos que nos dieron nuestros padres, abuelos, tíos, hermanos, amigos, maestros y muchas otras personas que estuvieron ligadas a nuestras vidas, pero que se han adelantado en el camino de la existencia y han llegado a la muerte.
Sabemos que ya no están en este plano terrenal, en eso sí hay certeza, pues incluso hemos enterrado a algunos, otros cadáveres no sabemos dónde están, pero tampoco sabemos cómo llegar a ellos.
Muchas personas concurren a ofrendar flores a sus tumbas, otros se regocijaron con la música de los mariachis, otros llevaron tríos, bebidas y alimentos que inclusive dejan en las tumbas sus ofrendas para deleitar a los muertos. Algunos lloran en las tumbas de sus difuntos, pero realmente no lloran por esos muertos, lloran por ellos mismos, por la tristeza que les causa la ausencia y porque en vida no tuvieron la oportunidad de decir las palabras que ahora expresan con mucho dolor, quizá porque no entendieron que las cosas del afecto y amor se deben manifestar en el trascurso de la vida. Como dijera el poeta nayarita Amado Nervo: en vida hermano, en vida.
El dolor de la pérdida de un ser amado es motivo de una gran devastación interna en el alma de quien lo vive, es un dolor tan profundo y grande que aún no existe una palabra en nuestros lenguajes que pueda referirse a su significado, porque el significado del uso del lenguaje tiene que ver con el sentido de la interpretación de la palabra y no existe alguna para mencionar este dolor; existen denominaciones como la palabra huérfanos, cuando perdemos a nuestros padres, pero no cuando nos arrebatan a nuestros hijos. No existe dolor mayor que sentirse devastado sobre la misma devastación. Es sumamente difícil comprender estos sentimientos por quienes no los han experimentado. Es difícil entender el alma llena de tribulaciones, como se sienten los padres de los desaparecidos, en sus sentimientos reina la pena, el disgusto o la aflicción muy grande por la incertidumbre que, además de corroer el alma, mata lentamente, por la duda, el disgusto y la aflicción devastadora. Los anteriores sentimientos son muy difíciles de comprender por aquellos que no los han vivido. En este caso, me refiero a las autoridades judiciales que procuran la justicia y quienes tienen la obligación de investigar sobre el paradero de esas personas extraviadas, ya que en el fondo del alma de los familiares la incertidumbre de saber si están vivos o muertos les causa un tremendo estado de angustia.
Ninguna palabra hace referencia a ello, porque es como morir un poco en vida. Es morir lentamente ante la incertidumbre de dónde están nuestros hijos perdidos, los secuestrados, los asesinados, los levantados y los desaparecidos. ¿Dónde están nuestros hijos? Y no tenemos respuestas. Algunos niños, jóvenes, mujeres en su tierna edad, son llevados a la muerte.
Pero existe otra parte de la sociedad, que somos los padres que nos preguntamos ¿dónde están nuestros desaparecidos? ¿Dónde están nuestros hijos? Y no obtenemos respuestas. La diputada potosina Martha Orta Rodríguez dice que están dadas las condiciones para crear la Fiscalía Especial para la Atención de Personas Desaparecidas en la entidad.
¿Dónde están las fosas clandestinas donde depositaron los restos de nuestros hijos? La vox populis lo sabe, pero la autoridad ni lo menciona. En cada lugar, en cada municipio se sabe. El procurador Federico Garza pidió a la ciudadanía creer en la Procuraduría, pero no parece que no entendiera que la labor de la dependencia a su cargo debe ser eficaz, pedirnos que creamos en ella es un acto de fe y aquí solo creemos en los resultados de la institución. Lo demás no nos lleva a encontrar los cuerpos o paraderos de los desaparecidos.